El re-conocimiento de Eros a través de la obra de Frida Kahlo
Para citar este artículo:
Gallego Cortés, Carolina (Abril de 2016). El re-conocimiento de Eros a través de la obra de Frida Kahlo. Web universo arke. blog-topos, Anecdotario. Recuperado de: https://www.universoarke.com/blog-topos/anecdotario/el-re-conocimiento-de-eros-traves-de-la-obra-de-frida-kahlo. Octubre 04, 2024 - 07:21"Una mujer con ojos de pájaro negro que grita y llora por no querer renunciar a la vida, por tratar de configurarse como un ser completo que es capaz de explorar su pasión, su amor, su cuerpo y su erotismo; una mujer, en fin, que no aceptó el anonimato y la pobreza que le brindaban la seguridad de un 'hogar tranquilo' tomando la pintura como hazaña de su propia libertad". Araceli Rico
Frida Kahlo a través de su obra nos muestra cómo se refleja y se manifiesta Eros en cada una de las cosas y personas que la rodean; pues si bien su enfermedad[1], y posteriormente el accidente[2] restringen su movilidad, -“como suelen verlo algunas personas”. Ella ve en dicha quietud corporal, la movilidad de su ensoñación, para recrear, a partir de lo que está visible, un sinnúmero de experiencias, sensaciones, colores, formas, expresiones que involucran no sólo su carácter, sino también la tradición de su cultura, lo que permite que proyecte su esencia -la fuerza que existe entre ella y su tradición- en cualquier lugar donde se encuentre.
Frida se convierte en el ícono de mujer en Coyoacán, su tierra natal, pero también en el mundo, no sólo por su pintura, sino por su historia de vida, que estuvo marcada, desde el comienzo, por un carácter guerrero, el cual desafía las leyes y normas establecidas por la institución; dichos actos no son frutos de la rebeldía de esta mujer, sino de la atenta escucha a su daimon, aquel que movido por Eros[3], la lleva a realizar lo que desea. Estos actos se evidencian entre otros, al ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria de Ciudad de México, en 1922, para estudiar ciencias naturales y ejercer la medicina, ya que en este lugar, hasta esa fecha, sólo podían estudiar chicos. Allí se unió a los Cachuchas[4], y luego de la recuperación de su accidente, se vinculó a un movimiento artístico que buscaba conservar las raíces y el folklore de la cultura mexicana y que se desligaba de los comunes modelos europeos. Posteriormente se hizo miembro del Partido Comunista Mexicano.
Es así como Frida, movida por Eros, irrumpe con los cánones sociales de la época, pero paralelamente conserva la tradición de la mujer de Coyoacán y fija a su imagen una doble presencia, la de los mortales -que padecen los designios que establece Cronos, dios del tiempo- y la de los dioses, pues su vida y su obra se inmortalizan en la historia.
Frida… mujer enigmática, pone de manifiesto en cada una de sus obras la presencia de Eros, aquel personaje griego al que pocos poetas dedicaron sus rapsodas, pero que a todos tocó con sus flechas; pues en su condición de intermediario entre los hombres y los dioses, hacía que permanecieran móviles, las pasiones de ambos, logrando con ello capturar con su naturaleza a quien con éstas pinchara. Del mismo modo Frida se presenta en sus obras, como aquella que da, pero que al mismo tiempo rapta, como la que posee y adolece la belleza, la que ignora y sabe, como la fuerza y la debilidad, la brillantez y la opacidad, como todos los opuestos que se complementan para existir… para dar armonía.
Algunas de sus obras y lo que de su vida cuentan, a través de películas, documentales y escritos, son los puntos de partida sobre los cuales se hará un acercamiento a la manera como ella busca su completud, uniendo en la ensoñación su aspecto femenino con el masculino, reconociendo en ella la androginia[5] natural del hombre que, en tiempos remotos como lo indica Aristófanes en el banquete, el dios del rayo “Zeus” separo, por temor a perder su poderío.
“Eran tres los géneros de los hombres, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había también un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre perdura hoy en día, aunque como género ha desaparecido. Era, en efecto, entonces el andrógino una sola cosa, como forma y como nombre, participe de ambos sexos, masculino y femenino, mientras que ahora no es más que un nombre sumido en el oprobio.”[6]
Dicho reconocimiento se da en Frida, no sólo en la materialidad de sus obras, (Autorretratos con mirada fija, cabello recogido, cejas abundantes y juntas, bigotes, accesorios propios de su cultura, su vestuario), sino por los símbolos opuestos que en ellas se presentan, que exigen la presencia de lo uno para la existencia de lo otro, en unidad y armonía; pues en sus pinturas combina indistintamente la realidad con la fantasía, lo que ve con lo que siente y logra, al igual que Eros, poner en un sólo escenario en diálogo a los hombres y los dioses, a lo mundano y a lo sublime, a la naturaleza animal del hombre y a la naturaleza mítica del mismo, siendo también las flechas, los instrumentos a través de los cuales el recurso se encuentra con la pobreza, el dolor con el placer, el amor con la carencia del mismo, para despertar la doble naturaleza del hombre. Podría decirse citando a Bachelard que sus obras son una “Psicología Completa”, pues logra “unir a lo humano lo que se separa de lo humano – uniendo la poética de la ensoñación al prosaísmo de la vida”[7]
Frida construye sus obras, acudiendo a lo real y al ensueño que le produce lo que le rodea, como su casa, la exótica naturaleza de Coyoacán, sus mascotas, las mujeres cercanas a ella, las temporadas en otros países, la relación con su cuerpo, que en vigilia constante le presenta el dolor, y con éste los recuerdos[8] que añora y los recuerdos que imagina. Todo ello es el material que guarda y que combina, que mezcla como pinturas en su paleta, para poner en el lienzo, un lenguaje despojado de censuras y de reglas sociales, un lenguaje que expresa y que oculta, que grita y que calla. Pero en su obra, también se hace manifiesto el amor que siente por Diego, quien se convierte en la ventana abierta hacia el mundo, aquel errante rebelde que la lleva a recorrer otros lugares, a ver otros paisajes, a conocer otro arte, a sentir otros dolores, más allá de los físicos, a lo cuales ya se ha acostumbrado.
Así describe Frida a Diego Rivera:
Diego-principio, Diego-constructor,
Diego- mi niño, Diego-pintor,
Diego-mi amante, Diego-mi esposo
Diego-mi amigo, Diego- mi madre
Diego-mi padre, Diego-mi hijo
Diego-yo, Diego- universo
Diversidad en la unidad
¿Por qué le llamo mi Diego?
Nunca fue ni será mío.
Es de él mismo
El amor que Frida siente por Diego, como bien lo expresa, parece propio de los mortales, en el cual el acto de posesión del otro prima sobre el sí mismo, pero el amor de ella va más allá de dicha visión. Ella ve en Diego “un carácter virtuoso” por ello su amor está presente durante toda su vida, siendo ella amante y él amado; amante que tocada por las flechas de Eros encuentra en el amado el amor. Frida en sus obras se expresa entre lo divino y lo mortal, en la creación dada por la ensoñación en la pintura que despierta Diego y en la destrucción que su cuerpo exige para poder realizar dicha transformación; pues la necesidad de Eros, más que el deseo, es lo que re-conoce en su búsqueda. Si Eros la poseyera en el acto mismo de pintar, Frida sólo tendría que acariciar el lienzo para, en el encuentro con la belleza, procrear; pero dicho encuentro deberá ser acompañado de un mortal, igualmente bello y bueno, que se convierta en el receptáculo que refleje a la belleza.
Eros acude a Frida cuando ésta se acerca a Diego para mostrar su trabajo artístico; pero la aprobación y aliento que éste pone en las mismas, será la belleza y la fuerza que ella necesitaba para seguir viviendo, como lo expresa en sus escritos íntimos: “Me acogiste destrozada y me devolviste entera integra”[9].
La relación que se dio a partir de ese momento entre Frida y Diego fue en el inicio de un mirar a sí mismo, una nueva aventura, que desviada por la desventura de un accidente, parecía retornar a su cause, como sí, Psique retomara el camino que en algún momento su cuerpo y su entendimiento habían olvidado: el amor de Frida por la pintura, y que desde temprana edad ya se había manifestado. Eros había tocado su mano, y puesto en ella, el interés por el cultivo de la sabiduría en el arte, que comienza con autorretratos, como el realizado en 1922.
Después del accidente y de la quietud que su cuerpo le ocasionó, recuerda a aquellos que habían sido sus maestros, los renacentistas Agnolo Bronzino y Sandro Botticelli, sus artistas más admirados; pero no sólo su influencia renacentista es la que hace de dicho autorretrato “el más original”, sino el hecho de que Eros comience a hablar, y ponga en Frida la inspiración para dicha obra, pues es el fruto del noviazgo que sostenía con Alejandro Gómez Arias.
Esta voz de Eros, es la que Agatón afirma cuando dice: “No camina el amor sobre el suelo, ni sobre los cráneos, que no son excesivamente blandos, sino que camina y habita en los más blandos de los seres: es en los caracteres y en las almas de los dioses y de los hombres, donde asienta su morada”[10]. Y Frida poseía la sensibilidad necesaria para hacer morar el amor en su alma y en su carácter, materializando con su pintura dicha genialidad que se concede a pocos, pero que además pocos escuchan atentamente.
Luego del rompimiento con Alejandro y su casi total recuperación en 1928, Frida comienza una relación con Diego Rivera y contraen matrimonio en 1929, desplazándose con éste de un lugar, pues su oficio de muralista así lo requería. Frida, a sus 22 años considera que es apropiado concebir en su cuerpo un nuevo ser, a pesar de saber que, por la gravedad de su accidente, no puede procrear; pero el amor que esta amante siente rompe los dictámenes de la ciencia e insiste en su causa, pues su naturaleza mortal anhela la inmortalidad en la preñez y la generación, que hasta ahora sólo había ensoñando en su alma a través de la pintura.
Sus fallidos embarazos y el desplazamiento por diversos lugares, hace que su estado de salud se vea afectado y que deba pasar prolongadas temporadas de quietud, en las que ella plasma en el lienzo sus realidades fantásticas, lo que siente, lo que vive, lo que odia, lo que ama. Su vida, que al parecer transcurre entre la calma y la turbulencia, entre Poros y Penia, se hace visible en sus cuadros, que son el escenario propicio en Eros se manifiesta. En repetidas ocasiones lo hace desde su figura, que es lo más próximo a ella, renovando su aspecto a través del juego de los opuestos que se complementan. En “Autorretrato con pelo corto”, 1940 hace oscilante, en su ensoñación, la presencia de la feminidad y masculinidad – la androginia – que se destaca en sus obras gracias al contraste que ejerce su cabello, sus cejas, su bigote y su vestuario, y dan cuenta de la presencia de las dos fuerzas, que para entonces, con la separación de Diego tiene mayor influjo en su aspecto masculino. Ella corta su cabello y viste un traje de Diego, para representar la pérdida de su amor. Al separarse de Diego hace que se aleje de ella la exuberancia femenina que él tanto admira y que le otorga la exploración de si misma; su mutilación, aunque no de muestras de sangre, es tan dolorosa como cualquier otra que haya manifestado en sus obras.
En su obra “las dos Fridas”, 1939, se presenta con dos personalidades femeninas, una mexicana vestida de tehuana, a la que Diego tanto admiraba y otra, la Frida europea. Ambas están exteriorizando su corazón como receptáculo del amor, que unidas por la circulación de la sangre, que va de la una a la otra a través de una vena, se alientan frente a la pérdida de su amado Diego; pero la Frida europea, que tiene el corazón roto se está desangrando, vertiendo su sangre fuera de sí, y depende, para su tránsito por el dolor, de la vitalidad que le proporciona la Frida Mexicana; la primera manifiesta el humor la bilis negra, propio de la melancolía[11] y la segunda a la Frida sanguínea[12], es decir, de noble temperamento, que aferrada al amuleto de Diego, espera su pronto regreso.
Frida aprendió con Diego a conocer los límites del amor y de la belleza, y al mismo tiempo a sentir los infortunios que éstos traen consigo, pues las múltiples infidelidades de Diego eran motivo de dolor para ella; la que más padeció fue la que involucro a su hermana Cristina; ésta fue determinante para su separación. Frida expreso la pobreza de Eros a través de su obra “Unos Cuantos Piquetitos”, 1935, en la que personificada por otra mujer, se tiende en su lecho para mostrar las heridas que ha dejado el amor en su cuerpo y en su alma, siendo poseída por la melancolía. Dos años más tarde (1937) pintaría otro cuadro llamado “recuerdo”, el cual tiene tendido en el piso su corazón sangriento y en lugar de éste, Frida lleva una daga tan larga, que Eros debe sostenerla de ambos lados, para que ella pueda continuar en pie.
Estas desilusiones también le permitieron abrir paso a nuevas relaciones y entregar su amor a otros amantes. Pero las oscilaciones que le producían las diversas confrontaciones con su feminidad y su masculinidad, hizo que no solamente tuviera entre sus amantes a hombres, sino también a mujeres.
Cada encuentro amoroso despertaba en ella una inspiración, y con cada amante, realizaba un acto de ensoñación procreadora que se materializaba en una obra, para hacer su alma inmortal. Entre éstas pinturas se destacan las que dedica y regala a Leon Trotsky “Pertenezco a Mi Dueño”, y “Autorretrato Dedicado a Leon Trotsky”, ambas de 1937, con quien sostuvo una relación amorosa, cuando éste y su esposa buscaron asilo político en México y se hospedaron en la Casa Azul de la familia de Frida. Al fotógrafo retratista Nickolas Muray también dedico varios cuadros, entre ellos “Autorretrato con Collar de Espinas”, 1940, “Yo, y mis pericos” 1938 y dio como pago la obra “Lo que el agua me dio”[13], 1938. Muray ayudó a Frida a preparar su primera exhibición en Nueva York en 1938. En las cartas que escribía a su amado Nickolas se firmaba “Xochitl” que viene de la palabra náhuatl: flor, y significa "cosa delicada", este nombre lo tomo de una obra suya, realizada en 1938.
Frida también pintaba a quienes tenía gratitud por su amistad, es así como retrata en 1931 al Dr. Leo Eloesser. Él fue su asesor médico y su amigo personal desde que vivió en San Francisco y fue atendida por éste por el dolor de su pierna derecha. Ella describía al doctor Eleoesser como “…un hombre bajo con el cuello como el de un pájaro, al cual le gustaban los cuellos de camisa almidonados y altos, parecía un hombre joven que se hubiera vuelto viejo de repente, y tocaba la viola de un modo horrible"[14]. En 1939 Frida viaja a San Francisco para ser atendida nuevamente por el doctor, pues sufría de fuertes dolores en la espalda, su tratamiento hace que se estabilice el dolor y ella pinta un autorretrato en agradecimiento
Es así como Frida Kahlo nos muestra, a través de su obra, una constante presencia de Eros que “contaminada por las carnes humanas, los colores y las demás vanidades mortales” le permite ver la belleza “con el órgano con que ésta es visible”: la ensoñación, y engendrar con él, las virtudes verdaderas “yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de estas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa, sino la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí.[15]
Bibliografía:
- BACHERALD, Gaston. La poética de la ensoñación. 3° reimpresión. Fondo de Cultura económica: Santafé de Bogotá, 1998.
- PLATÓN. El banquete. Aguilar. Buenos Aires, 1962.
- RICO Araceli. Frida Kahlo. Fantasía de un cuerpo herido. Plaza y Valdés. México, 2000.
Webgrafía:
http://eluniversodefridakahlo.splinder.com/post/15741639/Escrituras+%C3%ADntimas+de+Frida+K